Rodolfo Knipp, más conocido como "Cuqui", mastica coca. Se mete un dedo en la boca. Y acomoda el acullico entre las muelas bajas. Luego dice que la gente los llama para todo. Y no exagera. Han apagado incendios que quemaban cerros enteros. Han descendido a los confines de precipicios en busca de personas. Han bajado gatos de árboles, sacado burros de pozos y atrapado víboras en casas. En una ocasión, por ejemplo, les pidieron que agarraran una lechuza que sobrevolaba una avenida. En otra oportunidad, se comunicó con ellos una mujer diciéndoles que un lagarto se había metido en su patio.
- Cuando llegamos, era una iguana. La trajimos aquí, pero se quería suicidar: saltaba del balcón -cuenta, ahogándose de la risa.
Hernán Rodríguez Salazar, apodado "Águila", añade que los animales rescatados son llevados al cuartel, hasta que resuelven qué hacer con ellos.
- La iguana desapareció; no sabemos a dónde fue -comenta Hernán.
- Estaba rica -interrumpe "Cuqui". Tanto el bromista como el resto de los integrantes de los Bomberos Voluntarios de Yerba Buena ríen a carcajadas. Están tomando unos mates en el edificio que alquilan y que funciona para alojamiento de la tropa. La agrupación se formó en agosto de 2008, con el propósito de atender las necesidades de la ciudad. Hasta ese entonces, los yerbabuenenses recurrían a los bomberos de los municipios vecinos.
- Nunca imaginé que íbamos a llegar hasta acá -reflexiona Hernán, y mira alrededor.
El departamento -un primer piso situado arriba de una carnicería- es discreto: nadie llega aquí por equivocación. Para hacerlo, hay que subir 17 peldaños por una escalera recóndita. El cuarto principal es chico, pero causa impacto: de sus paredes cuelgan trajes de bomberos, cascos y máscaras. Hay dos o tres habitaciones más. En el escritorio han colocado un mantel rojo que otrora fue cortina (lo delatan los ojales). Hay una heladera que no funciona.
En un terreno, situado del otro lado de la calle, han sido estacionados un vehículo autobomba y tres camionetas. Hernán recuerda los años en los que iba a apagar los incendios de las colinas en una moto. Eso sí -dice con aire reflexivo- aunque hayan llegado lejos, todavía tienen que conseguir un terreno para construir su propio cuartel.
Ahí va el manguero
Hernán chupa de la bombilla del mate, hasta que las últimas gotas de agua suenan al subir. Cuando termine su turno, irá a cumplir con sus obligaciones como empleado municipal. A sus 33 años, es el subcomandante y uno de los fundadores de esta asociación civil, que actualmente a agrupa a unos 26 voluntarios, entre aspirantes y bomberos. De chico, quería ser bombero. De grande, cumplió el anhelo.
- Esto es un voluntariado; es decir, tenemos otras ocupaciones. Por eso, nos organizamos para que siempre haya una guardia. Los turnos son de ocho horas diarias. Pero cuando surge una urgencia, no sabemos cuándo vamos a volver -explica. Recientemente, cuando lucharon durante cinco días contra el incendio en el cerro San Javier, muchos de ellos pasaron noches enteras entre los pastizales, para evitar que se avivaran las llamas.
Cada tanto, la puerta es rasguñada desde afuera por un perro que quiere entrar. Hernán explica que, para obtener dinero, realizan campañas de socios, a través de promotores. Conseguir un espacio para tener su edificio es lo más urgente. En los últimos tres años -cuenta- le han enviado notas al intendente, a los concejales, al gobernador y a los legisladores, pidiéndoles que les otorguen un predio. Hasta ahora, a nadie le ha preocupado que los vehículos se estén estropeando a la intemperie, o que queden a merced de delincuentes.
- ¿Sabés qué? -dice Carlos Peralta, oficial primero de la dotación y otro de los creadores del grupo-. Escribí que cuando la gente nos ve pasar por la calle, nos saluda con respeto. Cinco años atrás, te decían 'ahí va el bombero manguero'. Hoy, para esta comunidad, somos profesionales.
Ahora la conversación gira en torno a sus gratificaciones. Hablan de los motivos que tienen para meterse en una casa en llamas.
- Esto es mi vocación. Me gusta ayudar a la gente y sentir que hice algo bueno por otro. Salvar una vida no tiene precio. Para mí, ser bombero es un amor. Estoy casado con este oficio -dice Hernán.
- Somos muy unidos. Eso es fundamental, porque cuando estás en un incendio, los ojos que te cuidan son los de quién va detrás tuyo -añade Carlos.
La señal de la cruz
Hay gente que se persigna ante estampas de vírgenes o de santos, y confía su destino a lo que éstos puedan hacer. Andrés Cuenya es una de estas personas. El chico -24 años, ojos verdes, estudiante de ingeniería- es consciente de que su decisión de ser bombero tiene un precio. Y está dispuesto a pagarlo. Sabe que, cuando arriesga, arriesga mucho.
Como hace unos días, cuando subió a las cumbres de Anfama por la misma trocha angosta en las que, horas antes, habían muerto otras personas. Pero a esas alturas ya no tenía punto de retorno. Ni al le interesaba volverse. Hace tiempo ha asumido su cruzada.
- Mi primer rescate fue en una playa de Miramar. Saqué del agua a una chica que se estaba ahogando. Esa vez, cuando la gente me aplaudió, sentí vergüenza -recuerda.
Santiago Saso -18 años, cuerpo menudo- dice que el sacrificio que está haciendo él, que viene desde San Javier, donde vive, para cumplir con su turno, vale la pena. Está aprendiendo habilidades muy prácticas para ayudar a la comunidad.
- La primera vez que entré aquí, y vi todos esos uniformes colgados, dije 'guauuuu'. Quiero ser bombero -exclama.
En el colegio donde estudia José Luis Rearte -alto, desgarbado, 18 años- los profesores se enorgullecen de su alumno, y le recuerdan al resto que, cuando el fuego amenazaba a las propiedades del country Las Yungas, localizado en el pedemonte, y del paraje de El Naranjito, en las serranías tucumanas, José Luis era quién cargaba los baldes.
Mi mamá, la bombera
Son las 10.30 de la mañana. Los más viejos van a enseñarles a los nuevos a ponerse los trajes para apagar incendios en viviendas. El bromista y lenguaraz, "Cuqui", dice que estos uniformes son buenos porque "la otra vez empujó a su mujer al fuego con el traje puesto y no le pasó nada"; que el lema de los bomberos es que a todo ser viviente hay que ayudarlo, "sea persona, animal o político" y que para la foto va a traer a sus cuatro hijas, pero hay que sacarla rápido porque "son igual de molestas que la madre".
- Y ustedes -afirma ahora, refiriéndose a los jóvenes, que están a las risotadas- al menos para la foto hagan cara de hombres.
Le pido a "Cuqui" que se ponga serio siquiera un minuto, para que hablemos de su alistamiento. Por qué lo hace, para qué lo hace.
- Soy inspector de Tránsito. A diario veo accidentes y escucho insultos. Cuando llego aquí, en cambio, se va mi malhumor. Por eso, donde voy trato de hacer lo mejor. Y un simple "gracias" me alcanza para sentirme bien -responde, más solemne.
Susana del Valle Bazán es la esposa de Cuqui. También es bombera. Así lo cuentan sus cuatro hijas, de entre 14 y cuatro años, en la escuela. De lunes a viernes deja a las pequeñas en clases y se marcha al cuartel.
- A ellas les gusta el trabajo de su mamá. Con "Cuqui" nos conocemos desde chicos, siempre estuvimos juntos... y seguimos juntos en esto. Nos hace bien ayudar.
Susana es, junto a una aspirante, una de las dos únicas mujeres del cuartel. Hasta ahora, no ha encontrado ningún impedimento para desempeñar todas las labores, aunque reconoce que algunas tareas son complicadas, como manipular una tijera hidráulica.
A las 12 del mediodía, el calor es insoportable. La radio acaba de reportar una temperatura de 35 grados. Con sus uniformes puestos, los bomberos parecen ajenos al clima. Qué más da. Hasta hace unos días, lucharon cuerpo a cuerpo contra el fuego. Y ahora se encuentran aquí, pegándole a un saco de arena o arreglando sus herramientas. Si el telefóno suena, van a salir otra vez. A donde sea que los llamen. Les sobran agallas.